“Dichoso aquel que tiene la casa a flote
y a quien el mar le mece su camarote .Y oliendo a brea al arrullo del agua se
balancea”
Así dice la
hermosísima habanera que cantan unos marineros en la ópera Marina, de gran arraigo histórico en nuestra provincia
y que recomiendo escuchar y ver a los jóvenes que les guste la música.
La sensación
de poderío y seguridad, no exenta de placer, que deben experimentar los marinos
sobre la cubierta de un barco que avanza sobre la mar tranquila, debe ser la antítesis del terror que deben experimentar
esos mismos marinos cuando su barco se encuentra en el centro de una tormenta
huracanada a punto de zozobrar o estrellarse contra las rocas de la costa.
Ese terror es
parecido al que algunos herculanos sentimos al ver la nave herculana en el ojo
de un huracán institucional, deportivo, económico y mediático que amenaza con
hacer zozobrar las estructuras de nuestra vieja y querida nave.
Y lo más
preocupante no es el huracán ni su fuerza, otras veces hemos pasado huracanes
incluso más fuertes, es la actitud de los pasajeros que, en el ojo de la tormenta, no sólo no
permanecen unidos, tomando decisiones rápidas y tácitamente acordadas que
ayuden a controlar la nave sino que, reunidos en la cubierta, mientras las olas
casi les cubren, discuten erre que erre sobre la pericia del capitán, la
incompetencia de la tripulación, la incapacidad del contramaestre, la
prepotencia del armador o la impericia de algunos marineros.
No les gusta
el estado de su barco. Cómo se ha mantenido a lo largo de los últimos años.
Cómo se ha invertido en él. Cómo se ha reclutado a las diferentes
tripulaciones. Cómo se han elegido los
vientos en las diferentes singladuras. Cómo se ha gestionado la intendencia.
Cómo se ha elegido el color de los uniformes de los marineros…
Y quisieran
remozarlo, cambiar el capitán, cambiar la tripulación, cambiar al propietario
de la naviera…. Algunos hasta prefieren que el barco se estrelle contra las
rocas y desaparezca bajo las aguas para luego con los maderos construir una
chalupa, una balsa o lo que sea.
Y todo esto
lo discuten en medio de la cubierta, en plena singladura, con las olas anegando
el barco a punto de zozobrar.
Y uno,
pasajero viejo de esta nave, permanece atónito en medio de la cubierta, rezando
y suplicando: ¿Habrá algo de cordura? ¿Juntaremos mínimamente esfuerzos para salvar la
tormenta? ¿Esperaremos a llegar a puerto
para luego reparar nuestro barco en profundidad?
Y me llega de
lejos el sonido de la vieja Marina: “Dichoso
aquel que tiene la casa a flote….”
La podemos salvar,
herculanos. La debemos salvar.
Macho el
Hércules